martes, 26 de octubre de 2010

Cuando duela olvidar, dejaré de recordar...

Porque los recuerdos son momentos que se esfuman como viento en el aire. Que se esparcen como gotas en el agua, que se pierden como nubes en el cielo. Desaparecen como caminos turbantes dejando un abismo, un hueco profundo al saber que sólo son recuerdos. Que jamás volverán a suceder, porque fueron segundos. Minutos. Horas. Días. Semanas. Meses. Suspendidos todos en la cápsula del tiempo. 


Porque los recuerdos son aquellos que jamás se olvidan, que se quedan impregnados con tinta indeleble para nunca salir de la memoria del alma. Porque fue la risa, la cómplice de la alegría. Colchón, testigo de los sueños. Almohada, la mejor consejera, la mejor amiga, el mejor pañuelo. Noche, gabardinas de días tristes. Estrellas, la mejor luz en los días opacos.
Porque recordar es vivir. Pero sólo vivir de los recuerdos es morir. Es difícil desprenderse de lo que uno quiere, de lo que uno anhela, de lo que uno ama. Como se puede evitar lo inevitable, como se puede hacer para que el tiempo regrese. Para que las caricias, los besos, y los sueños sean inmortales en la mortalidad. Convirtiéndose en infinito de lo finito y permanezcan en lo inexistente. Y por tanto, no se quede sólo en un vago y austero recuerdo… 


¿Cómo olvidar aquellos momentos? Aquellos recuerdos que se quedan plasmados en la historia de la vida. En los capítulos de cada una de sus páginas, cerrando con un punto final. Abriendo nuevos temas por escribir, creando nuevas sensaciones. Nuevas etapas, convertidas en nuevos recuerdos. Nuevas experiencias, imágenes que en un futuro se dispararán en tu subconsciente.



Porque no es el libro el que se termina al culminar un proyecto, un curso, una relación. Una etapa. Simplemente son capítulos finalizados para comenzar nuevas historias. Para realizar lo que antes no se pudo. En ocasiones las cosas llegan a su fin no porque haya algo mejor, sino porque lo que nos correspondía sólo era diferente. El destino no está tallado en piedras, ni nadie lo marca con tinta indeleble. Somos nosotros los que decidimos, los que trabajamos en el presente para construir nuestro futuro. Pero en mi caso, mi futuro es tan predecible y a la vez tan ideducible.
Porque somos los protagonistas del rumbo de nuestro libro, nuestros capítulos, nuestros párrafos, nuestras historias. Sólo nosotros escribimos en ellas. Una vez escrito jamás se puede borrar, porque aquí sólo existe esa tinta y ese pincel. Pero no una goma con la que se puedan corregir los errores que se llegan a cometer y se quedan grabados. Para la vida no existen aberraciones, solo acciones del pasado que nos parecieron más correctas nos pueden parecer totalmente fuera de lugar. O todo lo contrario. Pero nada de errores, tan solo lecciones a las que prestar suma atención y de las que aprender. Aprender a ser mejor con uno mismo, y no hacernos daño aunque sea en nuestros últimos años. Eso sin duda, será lo mejor que hagamos en todo el camino de nuestra vida.


Sólo grandes obstáculos y tropiezos, el meollo se encuentra en cómo se levante uno después de las caídas. En cómo se esquivan esos obstáculos, y eso es lo que se queda marcado. Es lo que se empieza a tallar. Son esos momentos los que se quedan en el recuerdo, los que nos hacen reír cuando sale el sol. Los bellos colores del arcoíris después de la tormenta y el diluvio, porque la vida toma sentido cuando haces lo que realmente te parece correcto a ti, sin pensar en lo que dirán o creerán los demás, sin pensar en las normas, ni en una sociedad que te pueda rodear, que te critique. Siempre que eso dé igual, tus acciones serán correctas.
Cuándo vemos la luz de las estrellas en las noches más oscuras. Cuando el frío es sólo un abrigo de la soledad que la acompaña la tristeza. Cuando sentimos esos huecos en donde una vez estuvieron llenos de regocijo e inefables palabras donde las emociones se desbordaban y el calor estallaba… Es cuando hay algo que echamos de menos. Cuando algo nos falta. Cuando tenemos que actuar contra el olvido.

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