martes, 2 de noviembre de 2010

Con mi lengua en tu espalda compuse un soneto raro.

Me gustas cuando me miras a los ojos durante casi medio minuto sin parpadear. Sin decir ni una palabra porque ocupo toda tu atención. Cuando te comportas como un niño porque me da la sensación de que soy la única que es capaz de sacarte ese momento infantilizado. Cuando me dices que te importo y que soy tuya. Aun que digas que es de broma, que eso está por ver. Cuando intentas hacerme rabiar y cuando rabias, porque... es para comerte. 
Te odio cuando me miras a los ojos durante casi medio minuto sin parpadear, sin decir ni una palabra. Intimidándome. Cuando te comportas como un niño. Como parodiando mi actitud. Cuando intentas hacerme rabiar, porque lo consigues. Y cuando rabias porque te haces el enfadado y te alejas de mi. Y sobretodo, cuando me dices que te importo y que soy tuya, porque pienso que cabe la posibilidad de que sea verdad y me miento.

Son las 4 y 26, y escucho como el ascensor baja a la planta baja, ¿serás tú? Sube. 5º planta. Para entonces has llamado a la puerta. Mi corazón no late. Mi respiración se detiene. Mi mundo da vueltas estando parado. 
Corro a la puerta. Me caigo. Me levantó y me resigno. Llego a la puerta algo acalorada, apoyo la cabeza. Respiro. Suspiro. Compruebo en el espejo que todo mi pelo esté en su sitio. Sonrío. Me intento tranquilizar. Esperas impaciente, conteniéndote de volver a llamar.
Una última ojeada a lo que me rodea y ahí está. Mi mano en un pomo frío, oxidado. 
La puerta se abre y la luz proveniente de la calle deslumbra mis dilatadas pupilas. 
Te miro. Sonríes aparentemente seguro de ti mismo. Intento sonreír, pero los nervios han inmovilizado mi rostro. 
Das un paso, luego otro, luego otro. Ya estás dentro. Tus manos calientes, ya fuera de tus bolsillos, rodean mi cintura con una fuerza confortante. Te acercas a mi. Puedo oler tu colonia de marca y puedo olerte a ti. Pocos milímetros y. Fusión. Tu saliva en mi saliva, ya no son dos, es sólo una. Frenética, explosiva combinación. Intensos, fuertes, imparables besos. Cortos, largos, duraderos, fríos... Sólo besos. Recuerdos que deambulan por mi mente. Aquella primera tarde. Aquello que nos dijimos. La primera vez que nuestras miradas cruzaron camino. 
Casi sin respiración, cierras la puerta para más tarde volver a mi. Tú. Solo tú. Me abrazas. Hundes tu rostro en mi enmarañado pelo. Yo, me hundo en ti, en tu cuello, en la curva de tu hombro diseñada para mi.
Me coges de la mano. Me conduces de nuevo hasta mi cuarto. Donde, mi portátil yace aún encendido sobre mi cama, la manta en el suelo y los cojines descolocados. Tú. Te quitas el abrigo. Me sorprendo. 

-¡Has venido en pijama hasta aquí! 
-Sí, amor.Esta noche dejaré que la calefacción descanse. Esta noche, demostraré que QUIERO ser tuyo.
Me vuelves a besar. Apagas el ordenador y lo colocas con cuidado en el escritorio.
Vuelves a mi lado, destapas la cama y me tumbas junto a ti.
Heladas las sábanas que nos envuelven, se alimentan del calor que desprendes. Esta noche tengo hambre.
Un beso. Otro. Otro. Y luego otro más. Esta noche me alimentaré de ti.

Fría y extraña madrugada de noviembre. Te necesito: Pequeña salvación por un instante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario